Al igual que la pasada entrada, esta es un escrito de un secretario de la Tropa. En esta ocasión, M.C. nos deja una auténtica obra literaria. Esperamos que la disfrutéis.
EL MURAL
Estaba caminando yo una tarde lluviosa y gris, pero no triste, bajando una colina verde cual árbol perene, hacia el pueblo, cuando me encontré con un mural roto y deteriorado, escondido por un gran matorral colmado de rosas de un rojo excepcionalmente intenso. Me detuve y lo inspeccioné con detenimiento ya que sentía mucha curiosidad. La noche, con cautela se acercaba, y mientras la lluvia se desvanecía, salía la luna con su bello resplandor.
Al apartar una sarta de pinchos afilados y hojas verdes empapadas, me di cuenta de que había unas marcas extrañas que una vez que las había mirado bien, resultaron ser declaraciones y consejos. Hubo una dedicatoria que me llamó mucho la atención. Estaba situada debajo de una parte del muro que parecía haber sido reventada con gran brutalidad. No se podía leer bien, por lo cual, deduje que era bastante antiguo. Cuando descifré lo que ponía, leí:
“8 de Mayo, 1936: Aquí es donde planto la semilla de este rosal y la de mi amor; espero que, tanto el uno como el otro, florezcan y persistan hasta ser devorados por el olvido.”
Eso me hizo pensar. Todas las cosas, tanto las desgraciadas como la muerte y las prósperas como el amor llegan a un final.
Pero nada realmente se acaba del todo.
“8 de Mayo, 1936: Aquí es donde planto la semilla de este rosal y la de mi amor; espero que, tanto el uno como el otro, florezcan y persistan hasta ser devorados por el olvido.”
Eso me hizo pensar. Todas las cosas, tanto las desgraciadas como la muerte y las prósperas como el amor llegan a un final.
Pero nada realmente se acaba del todo.